Cómo es posible que Sor Juana Inés de la Cruz, siendo monja, escribiera con refinado erotismo *Existe una mujer que me inspira y me vuelve a inspirar para escribir *La figura de Sor Juana es inmensa, universal para mejor describirla *Respetuoso de la mujer viva que es carne, promesa y esperanza, vértice en el delta de Venus donde convergen mis sueños y realidades.
Por: Bernardo de Jesús Saldaña Téllez Sociólogo, escritor, historiador, cronista En mi proceso literario existe una mujer que me inspira y me vuelve a inspirar, luego se vuelve a enclaustrar. Y aunque sea gobierno y ella una mujer que es mujer como cualquier otra, cuando se enclaustra ya no me contesta las cartas del correo electrónico, me deja con mis chocolates y se desaparece, sin que ello signifique el fin de todas las pasiones. Si me ama o en alguna ocasión me ha amado, estoy seguro que más me agradece su anonimato, el no referirla ni por nombre ni apellido. Nuestras razones hemos tenido, pero cómo corresponderle a tan generosa fuente de inspiración. Cuando de su casa no sale, se me figura monja y poeta, mujer de libro y ciencia. Con sus justas proporciones me atrevo a compararla con Sor Juana Inés de la Cruz, más me llega la inspiración, y me preguntó cómo es posible que la monja escribiera con refinado erotismo. Ahí nace la literatura y la fantasía literaria para escribir sobre el Convento de San Jerónimo, sobre la Plaza de las Vizcaínas. Comienza la redacción respetuosa de la figura histórica, respetuoso de la mujer viva que es carne, promesa y esperanza, vértice en el delta de Venus donde convergen mis sueños y realidades. Al comenzar a escribir evocando a Sor Juana para referirme a la enclaustrada, tratando de encontrar respuesta a muchas interrogantes, me salió la siguiente redacción: Muchas veces he brincado la barda, de noche y al amanecer, con luz de luna, en penumbras o con cielo adornado de estrellas al estilo barroco, así se me figura, doy el salto lloviendo y en seco, de afuera hacia dentro, de adentro hacia afuera, en ocasiones entro para dormir, en otras salgo para pegar los ojos, a veces tropiezo con mi espada, pero no puedo separarme de ella. Y me gusta llevar vino a la mano, quesos, unos ratoncillos para los gatos y muchos libros en tributo, en agradecimiento, pero lo que más me gusta es cuando ondea mi capa, cuando me encuentro parado al filo del muro, me gusta tanto como llevar tinta en vasos de vidrio, frágiles y más caros y preciosos que el oro, son su vicio y para ella más valiosos. Sí, sí es cierto que me mueven sentimientos diversos; también es cierto que soy hombre de fe, por que sí lo soy. Soy hombre de fe, pero dudo que crean mi versión si me vieran entrado a un convento, como bandido, a donde duerme lindas mojas, en celibato, soñando con ángeles y cantos celestiales, con un Dios eterno, salvador, reivindicado, y si fuera sorprendido por guardias, por ojo de pordiosero, por oído tísico, por autoridad terrenal o divina, y por culpa de mis actos fuera interrogado, yo diría de mi gusto por los gatitos, por el ronronear de los felinos, de los ojos redondos y brillantes en la noche, por su canto y restregarse, por sus maullidos, por su cola levantada y sus pasos silenciosos, por sus bocas traviesas en el jardín, ya sea en la banca, ya en el piso, ya en el umbral de la puerta, ya del patio a la capilla, a los cuartos donde están enclaustradas todas las monjas que se parecen a los gatos en sus melodías, en sus oraciones, en su devoción. Cuando intenté escribir sobre Sor Juana, se me figuraba brincar la barda para entrar al Patio de los gatos, a uno de los patios del entonces Convento del señor San Jerónimo de la Ciudad de México, hoy Universidad del Claustro de Sor Juana. Se me figuraba por que esta mujer de mis memorias, y de mis entonces amores clandestinos, me remite a sus jardines rizados, a Sor Juana y a mi propio destino. Debo decir que además esta mujer de mis tiempos recientes, aunque tiempos pasados, también escribe. Hace aproximadamente un año comencé a escribir sobre Sor Juana, me faltó contexto social, entender la cultura del barroco y las clases sociales cortesanas, saber historia y personajes de su tiempo. A los poetas Juan Ruiz de Alarcón y Carlos de Sigüenza y Góngora los puedo referir, son coordenadas culturales en tiempo de Virreyes, de la Nueva España, pero no son todos y la figura de Sor Juana es inmensa, universal para mejor describirla. Que por designios del destino llegué a la Universidad del Claustro de Sor Juana en 1995, también es cierto, como también es cierto que ahí conocí a Octavio Paz y en alguna ocasión nos acompañó el presidente Zedillo, cuando llegó con Rafael Tovar y de Teresa. Que otra vez pienso en Sor Juana para evocar a una mujer encerrada y escribiendo, a su flor ensortijada, también es cierto. Hace unos días llegó a mis manos el libro "Razón y pasión de Sor Juana", obra de Anita Arroyo y comienza a describir San Miguel Nepantla, lugar de nacimiento de la Décima Musa, luego comienza la historia de Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana en Amecameca y nuevamente creo que el destino se conjuga. A mi mente vienen recuerdos de mediados de mil novecientos ochenta; con el Grupo XV de Coyocán fuimos de campamento al pie de los Volcanes Popocatépetl e Iztaccíhuatl, a una finca de los Rosiles, recuerdo las bardas de piedra volcánica, negras negras, y la plaza donde se conjugaban gobierno, mercado y ritos religiosos, también mezclados, entre lo mestizo y lo indígena, entre guajalotes y huacales. Recuerdo muy bien el ruido del agua al correr por acueductos en media barda, también de piedra negra y era un canto alegre, como de travesuras. En los cerros y bosques cercanos, en sus cañadas, encontramos huellas de puma, tal vez era un jaguar prehispánico. En aquel entonces, luego regresamos a la casa, pero nunca supe que Sor Juana leyó sus primeros renglones en esas tierras, para después irse a la ciudad de México, sin más anhelo que ir a la universidad. Luego me acordé de la Universidad del Claustro de Sor Juana, de sus personajes y de sus poetas, de sus patios y de sus gatos, ahora regreso a mis memorias de una mujer a quien no puedo dedicarle un libro ni ponerle su nombre en la solapa, sino redactar a su recuerdo, en tributo a su generosidad, a su jardín, a sus fuentes inagotables de inspiración y de erotismo, a su barda también generosa.
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